sábado, 2 de diciembre de 2006

JAZZ DEL AUTOBÚS (II) ...

LA TRISTEZA DEL CACUY

Y atrás quedó el eco de los mil perros libres; nosotros caímos portal arriba, por una escalera en penumbra, hasta su guarida. Al otro lado de la puerta, bienvenida silenciosa a un hall austero cuya única valía era un gran cacuy disecado en gesto de custodio de una gran respuesta. Pasos cautos bajo un gran arco de escayola, respiración contenida y entrada a un gran salón con templanza de otro tiempo. Pequeñas multitudes de papeles amontonados en rincones bien escogidos. Dibujante: persona que tiene como profesión el dibujo.

Nos descalzamos sin disimulo y cada cual saltó al sofá que mejor le convenía, él boca abajo, yo boca arriba. A oscuras y en silencio. Allí mismo, perdida en una amalgama de cojines y almohadones de toda especie, comencé a componer una triste sinfonía desconcertante para viola y violín. Mientras, él, contemplando lo invisible sobre la alfombra, musitaba todo aquello que yo nunca había querido escuchar: velado parecía más hermoso.

Extraña, triste y sin sentido mezcla de ideas caía sobre mi atención: dentro el latir de mi corazón, afuera una higuera agitada por el viento en un juego vacilante de luces y de sombras y arriba, surcando el cielo por lo más alto, las Leonidas.

Hipnotizada por aquel desfile de fulgores apagados de neón y de xeón por el techo y por las paredes, caí meditabunda sobre decisiones inapelables y las compuertas de un llorar sosegado quedaron abiertas de par en par. Los perros, el cacuy, mi dibujante, el mundo un colosal malentendido, un errar intrascendente del Génesis al Apocalipsis... y la nada habría bastado.

La promesa de un banquete con el mundo en salsa picante como primer plato me devolvió a mi ser cotidiano. Mientras yo ensoñaba, mi dibujante-cacuy había improvisado cubiertos para nuestra cruenta cena. Sentado de rodillas, esperaba dócilmente mi despertar en el centro del salón.

En cuanto vio a Sofía volver en sí, se levantó y salió corriendo. Reapareció al instante con semblante alarmado:

- No hay picante.

- Entonces, tráeme el mundo encebollado.

- De acuerdo. Pelaré la primera capa; le da más sabor.

- No, me harás llorar; mejor empieza por el corazón.

No hubo cena, porque, a la vuelta, prefirió dejar que los platos durmieran en paz y ocupar sus manos en peinar mi melena y su boca en probar el sabor de mi piel. Sofía se hizo estrella fugaz: un centímetro de caricia, cien kilómetros de atmósfera incendiada.

Mi conciencia del tiempo es coja y no recuerda si fueron pocas o muchas las páginas de la partitura que llenamos con ese delicioso compás. La niebla veló la lluvia de deseos fugaces y el dibujo retornó al papel.

Finalizada la armonía inexistente, solté el mundo y devolví mis sombras a las farolas de la calle.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Deberías dedicarte a la literatura,Sofía...;te lo vengo diciendo hace tiempo..
Un beso y decirte que siempre me haces disfrutar leyéndote...

Anónimo dijo...

Sinplabras...

TORO SALVAJE dijo...

Precioso, he disfrutado, eso lo dice todo, y soy exigente.

Mi aplauso.