Román lleva trabajando en el Ministerio de Economía y Hacienda veinticinco años. Nunca dejó que en su vida entrara la improvisación, cada movimiento era pulcro y estaba fielmente calculado. El despertador sonaba a las cinco y cuarentaitres, despegaba cuidadosamente las sábanas de su sueño, volviendo a cubrir ese espacio, se encontraba con las zapatillas tal y como la noche anterior las había colocado y las encajaba a sus pies dejándose arrastrar hasta el cuarto de baño. Se cepillaba cuatro veces los dientes, se afeitaba sin contestar a los ojos que tenía enfrente y se duchaba, doblando la toalla en cuatro pedazos. Tomaba café de puchero y magdalenas que encargaba en la panadería los domingos que visitaba a la familia en el pueblo. Regresaba al dormitorio a las seis y treinta y dos y dejaba un silencioso beso en la frente de su mujer, Elisa.
A cinco pasos, tenía la parada del autobús. Tomaba el veintisiete que pasaba a las seis y cuarenta y dos y en nueve paradas, estaba en la puerta de su trabajo. Fichaba y se dejaba envolver por torres de carpetas repletas de papeles durante ocho horas. Era entonces cuando hacía el proceso inverso, puntual, para llegar a casa.
Elisa siempre le esperaba con un guiso y mesa preparados, la televisión encendida y la casa convenientemente recogida. Cuando Román sentía esa bienvenida, el abrazo del calor del hogar, gritaba sonriente yaestoyaquí. Ese día, fue diferente.
El salón estaba plagado de bolsas de diferentes firmas de moda e infinidad de vestidos, colgaban por cada uno de los muebles de la casa. No olía a comida, cada rincón desprendía un aroma a Chanelnúmerocinco. Sobre la mesa, no reposaba el pan, ni rastro de vasos, un abrigo de visón le dejaron los ojos como platos. En el dormitorio estaba su mujer, completamente desnuda, hicieron el amor, aunque no fuera sábado.
Aquella no fue la única sorpresa que recibió. Lo extraña que encontró a su mujer, le hizo pensar que no podía ser ella y un escalofrío le recorrió el cuerpo, en ese preciso instante, sonó el teléfono. Fue al salón para contestar y la voz de eco al otro lado del hilo telefónico, era de Elisa. Le dijo que no podía marcharse sin decirle como le habría gustado que hubiera sido su vida y él respondió qué tipo de broma pesada y cruel intentaba gastarle. Regresó al dormitorio y ella no estaba, sonó el teléfono. Era la policía, le reclamaban para identificar un cuerpo.
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16 comentarios:
estas de un cosmico
:D, eso pasa cuando me llevas a lugares con tanta luz de neón..
se puede saber de dónde sacas esa música???????
wowww, qué bueno¡
Me has dejado en ascuas...
Un besito,
:) Encantada de cruzarme en tu camino, aunque tu entrada me dejo con los ojos en espiral!Wow
Un placer tenerla por aquí de nuevo. Se le ha echado de menos.
Saludos
Lo has vuelto a hacer...
Ya estoy otra vez enganchado a tus palabras.
Hay que intentar que nuestra vida sea la que queremos hoy mismo. Nunca sabemos qué puede pasar mañana.
Besos
Yo también prefería la otra vida,la de los abrigos y el buen perfume, aunque no entiendo porque se quedó con la miel en los labios en vez de haber intentado vivirla a diario(la ley del suicida, el camino corto nunca llega al objetivo, pero es más fácil de andar)
Genial el texto, un saludo.
..es que era un matrimonio clásico...no conocían ni Palma de Mallorca..
besitos, se me ha olvidado dejar...sois muy amables
Cagüenla... que miedo!!! ya no podré dormir esta noche... Menos mal que los búhos son nocturnos... coño, entonces??? Puffff siempre me lías con tus escritos...
Somos lo que somos???
Dos besos... ración extra por hacer trabajar a la neurona...
de la epoca de DJ
ese tiempo si que fue terrorifico
:D Buho, ya tienes cosas que contar en el bosque y así la noche pasa más amena...
Snake, no me cuentes más.
Esa música me ha puesto los pelos de punta.
Que miedo.
Teresa...para re-matar, leete el relato de Pejoee,,,y gritemos juntas.
Intrigada me dejas.
Estupendo relato, una manera de dar un giro radical a una vida gris y monótona.
Un saludo!!!
Cinéfila!! esperaba que fueras tú quien hubiera adivinado el título de la película de el siguiente relato
Besos!
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