viernes, 24 de noviembre de 2006

SIRO Y LA GRAVEDAD FEMENINA

Llegaba el invierno y con él una conjunción que me cautivaba: el frío más el Sol. Plantada igual que un girasol, boca arriba y en silencio, junto a la ventana entreabierta de mi dormitorio, con los talones apoyados en la repisa, me pasaba media mañana mirando embobada los rayos de sol colándose entre los dedos de mis pies. Meditando mi cuerpo, soñaba con clorofila: quería sentir mi piel realizando la fotosíntesis, tener un metabolismo más limpio. Quería una lengua más larga para libar más hondo en mis amantes y un oído más agudo para escuchar los latidos más íntimos de sus vísceras al estar sobre mí. Una vez más, tuve la impresión de que alguien calculaba minuciosamente los errares de mi vida, porque fue justo en el Solsticio de Diciembre cuando irrumpí en la órbita de Siro, prometedor estudiante de la gravedad.
Mi primera reacción fue preguntarme por qué utilizar la palabra físico para referirme a alguien cuyo trabajo consistía en idear abstracciones y que se mostraba tan distante de lo carnal. Recuerdo que, para provocarle, le solía espetar:
- Nuestra relación con el mundo es diametralmente opuesta: tú sólo piensas en replicar el Universo llenando papeles de garabatos; para mí sólo hay un deseo: experimentarlo.
Así que, al principio, la Luna no brillaba más cuando él me acompañaba. Pero empecé a prestarle más atención cuando un día mencionó que el avance de la ciencia dependía en buena parte de la anchura de la pelvis de la mujer. Había encontrado la clave que le conectaba a mi cuerpo. A medio camino entre su mesa de estudio y su cama, hacía de mí una ecuación sin solución, una demostración por reducción al absurdo, un número irracional.
Escribía el alfabeto griego en mi espalda e integrales en las plantas de mis pies, cerraba mis pezones entre paréntesis y los elevaba al cuadrado, extraía la raíz cúbica de mi corazón, rodeaba mis labios con un gran cero y terminaba titulando mis párpados cerrados con números imaginarios y grabando un infinito justo al borde de mi sexo.
Completado su conjuro matemático, dejaba que le desnudase y hacíamos el amor de once maneras distintas cada vez. Para él la palabra era “atracción” y la mujer un pozo gravitatorio insalvable. Y en el fondo del pozo está la palabra “posesión”, concluía yo para mis adentros.
Dejando una estela de desnudez por el pasillo, corría resuelta hasta el baño en busca de una ducha: me encantaba mirar cómo mi ecuación resbalaba piel abajo, llegaba a mis tobillos diluida en agua caliente y desaparecía por aquel pequeño agujero negro al final de la bañera. Liberada de sus marcas volvía para enredarme a él y dormir en paz.
Casi siempre amanecía y me despertaba con la única compañía de la luz amable del Sol invitándome a mi bautismo solar diario. Nada me preocupaba.

2 comentarios:

pazzos dijo...

Gracias por este curso elemental de Astronomía. Espero doctorarme.

Sofia dijo...

Gracias a ti ...por dejarte caer por aqui...(xDD vaya foto¡¡)
si tienes especial interés en algún otro punto de la temática, me preguntas...Un saludo.